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Helena Hirata
GEDISST-CNRS *
Perspectiva Internacional sobre las Relaciones Laborales y de Género

* [Grupo de Estudios sobre la División Social y Sexual del Trabajo, Centre National de la Recherche Scientifique (Centro Nacional de Investigación Científica), Francia.]

1. Globalización e impacto sobre el trabajo de las mujeres

El proceso actual de mundialización o globalización actual va asociado con frecuencia a un conjunto de fenómenos estrechamente ligados entre sí, a saber:

  • la interdependencia e integración crecientes de los mercados nacionales

  • el aumento del comercio internacional, de los intercambios de bienes internacionales y de los servicios

  • la desregularización y apertura de los mercados y de la economía, debido a las políticas gubernamentales neoliberales.

  • el rápido avance de la tecnología de la información, ampliación de redes y, de un modo más general, el auge de las nuevas tecnologías basadas en la microelectrónica.

  • la creación de mercados regionales (Unión Europea, ALENA (NAFTA), MERCOSUR), teniendo en cuenta que la regionalización parece ser la cara opuesta de la mundialización.

  • el surgimiento de varios polos económicos – centros productivos al mismo tiempo – como son los casos de Estados Unidos, Japón y Europa, que reciben inversiones directas y al mismo tiempo invierten en otros lugares y, por último,

  • una nueva lógica de expansión de las multinacionales, respaldada por los procesos de integración de los mercados.

Al tiempo que avanza el proceso de mundialización, avanzan también otros procesos con diversa intensidad según los países:

  • las privatizaciones y

  • la subcontratación (relaciones cliente-proveedor)

Parece que está claro que las consecuencias socio-económicas de este conjunto de fenómenos, conocidos con el nombre de mundialización, no son las mismas para los países del Norte que para los del Sur. Y a la vez, en cada uno de estos países y regiones, si en un lugar se acentúan ciertas divisiones sociales existentes, en otro surgen nuevas divisiones. La mundialización, como "interdependencia creciente de todos los mercados nacionales para la constitución de un mercado mundial unificado" (A. Lipietz 1996, p. 43) no elimina la diversidad de entornos laborales existentes, al contrario; creemos que el esfuerzo por lograr la internacionalización del capital tiende a agudizar la diversidad y heterogeneidad de situaciones de trabajo, del empleo, de las formas de inserción en la actividad femenina y masculina, en el Sur y en el Norte. «Inclusión» o «exclusión» pueden ser términos – utilizados aquí con una finalidad puramente descriptiva [Para una definición crítica de los conceptos «exclusión» e «inclusión» y un análisis de conceptos alternativos, cf. "Sa lariat, précarité, exclusion? Travail et rapports sociaux de sexe/genre, une perspective internationale", ponencia del seminario internacional "A demografia da exclusão social", NEPO/UNICAMP, Campinas, 1-2-3 de diciembre de 1997.]

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que sirven para designar la estructuración de zonas desarrolladas (Europa, Japón, Estados Unidos, determinados países asiáticos o latinoamericanos) y zonas «excluidas» del desarrollo (como África, por ejemplo).

Las consecuencias diferenciales de la mundialización para cada género [Para nosotros, las diferencias entre Norte y Sur y las de géne ro son – junto con las relaciones capital-trabajo – fundamentales para el análisis y se tendrán principalmente en consideración.] quedan todavía por analizar. Casi todos los trabajos publicados y que abordan los fenómenos mencionados anteriormente (cf. R. Boyer 1996; M. Freyssenet, Y. Lung 1996; F. Chesnais 1997 y G. Caire 1997, entre otros, limitándonos a autores franceses) no tienen en cuenta que la población masculina o la femenina, son las que se ven afectadas por los cambios macroeconómicos y sociales. Son trabajos «ignorantes del género», en los que las grandes o pequeñas diferencias entre hombres y mujeres no han sido tratadas.

A partir de ciertonúmero de investigaciones excepcionales, puesto que estudian el fenómeno de la mundialización desde un punto de vista del género (S. Mitter, S. Rowbothan 1995; R.R. Mears 1995; M.F. Labrecque 1996; N. David 1996; L. Abramo 1997; H. Hirata 1997; S. Yanez, R. Todaro 1997; H. Hirata, H. Le Doaré 1998), puede extraerse una primera conclusión: el proceso de mundialización tiene consecuencias complejas y contradictorias.

Si por un lado, los cambios tecnológicos y la intensificación de los intercambios internacionales tienen la tendencia a aumentar las oportunidades de empleo para las mujeres – recordemos que en Malasia, el porcentaje de mujeres cualificadas en el sector de la informática, ha pasado del 16% en 1975 al 40% en 1990 (S. Mitter, S. Rowbothan, apud C. Rapkiewicz 1997, p. 142) – por el otro, el análisis de los puestos de trabajo creados en un contexto de flexibilización laboral, muestra que en Asia, Europa y América Latina, estos empleos son precarios y vulnerables (cf. por ejemplo para la situación en Europa, M. Maruani 1997; para Latinoamérica, L. Abramo 1997 y para el Japón, M. Osawa 1996). Desde el punto de vista de la organización laboral, hoy en día se produce una "yuxtaposición" entre taylorismo (mujeres) y flexibilidad (hombres) o bien a una proliferación de cualificaciones para los nuevos modelos productivos – en el caso de las mujeres – y aún para la mano de obra feme nina, valoradas desde siempre (D. Kergoat 1992).

El estudio de los procesos de dispersión de la mano de obra, como sucede con los trabajos de programación o introducción de datos por ordenador, ha demonstrado que, por un lado, produce nuevas oportunidades de empleo para las mujeres, pero por otro, crea una dualidad de salarios con respecto a las trabajadoras homológas en los países de origen de sus empresas clientes. Una operadora que introduce datos en el Caribe, puede llegar a percibir una remuneración seis veces inferior a su homóloga norteamericana (S. Mitter y S. Rowborthan, id. ibid.)

En este mismo sentido, una investigación que efectuamos en dos filiales (brasileña y japonesa) de una multinacional francesa en la rama agroalimentaria, puso de manifiesto que los obreros y obreras del Brasil consideraban su nivel salarial y de beneficios sociales muy satisfactorio en el contexto del mercado de trabajo local, pero si comparamos sus salarios con los de Francia, son mucho más bajos (el SMIC o salario mínimo en Brasil es diez veces inferior al francés).

Desde una perspectiva macroeconómica, el análisis de las políticas de ajuste estructural en relación con la evolución de los salarios, ha puesto también al descubierto un proceso de degradación importante de los salarios en países latinoamericanos. En México, en 1980, el salario de las mujeres equivalía al 80% del de los hombres; en 1992 pasó a ser el 57% (PNUD 1997, p. 69).

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2. Perspectiva internacional sobre el trabajo de las mujeres y las relaciones laborales *

* [Todas las cifras que se mencionan han sido extraídas de los documentos siguientes: PNUD 1996; PNUD 1997; Naciones Unidas 1995; OCDE 1995.]

A pesar del auge de los movimientos feministas de los años sesenta en Europa, y más tarde con la proclamación de la década de la mujer (1975-

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1985) por la Organisación de las Naciones Unidas en los países del Sur, de los enormes avances en el campo de la educación [Por ejemplo, según una encuesta de C. Baudelot y R. Establet 1992, en Francia la instrucción de las mujeres ha avanzado más en un siglo que durante 1.000 años.], del acceso a métodos anticonceptivos y de la actividad salarial de las mujeres, continúan las desigualdades sociales por razones de género, e incluso han empeorado en casi todos los terrenos, especialmente en el laboral.

Estamos hablando aquí de desigualdades de género a nivel internacional, y sobre todo en lo referente al empleo y a las condiciones de su ejercicio, hacemos una incursión en el terreno del mercado de trabajo, en la medida que nuestros estudios tratan de la organización del trabajo industrial y del proceso de trabajo. Esto, porque hoy, más que nunca, los cambios en las modalidades de empleo tienen consecuencias sobre la organización del trabajo y no es posible ocuparse de un aspecto sin involucrar al otro.

La tasa de actividad de las mujeres ha experimentado un rápido avance en el mundo desarrollado; ha pasado de un 38% en 1970 a un 52% en 1990. Según el último informe del PNUD (1997), las mujeres representan alrededor de un 44% de la población activa, pero sólo ocupan alrededor de una cuarta parte de los cargos ejecutivos y de dirección (9% en Francia). En determinadas zonas en vías de desarrollo, la tasa de actividad femenina en estos momentos es comparable a la de los países de la OCDE: un 42% en el Sureste de Asia y un 45% en Asia oriental (incluida China). Sin embargo, teniendo en cuenta todos los países en vías de desarrollo, sólo se incluye oficialmente en el grupo de población activa a un 39% de las mujeres [La única región del mundo en la que ha habido un descenso de la tasa de actividad de las mujeres a lo largo de estos últimos veinte años, es la región sub-sahariana de Africa. En los países del norte de Africa ha habido un crecimiento significativo y la tasa de actividad de las mujeres ha pasado de un 8% en 1970 a un 21% en 1990.].
En el contexto mundial, la proporción de varones activos mayores de 15 años, supera la de mujeres activas, afirma el demógrafo J. Véron (1997, p. 143), quien habla de diferencias sistemáticas entre ambos sexos: 10 puntos en Polonia, 14 en Francia y 40 en México.

Hay que destacar que el rápido aumento de la actividad femenina en países como Brasil (C. Bruschini 1997), ha sido fruto (aunque no exclusivamente) de la simultánea incorporación de la mujer al sector formal de la economía al trabajo informal y en el conjunto de los sectores económicos (servicios, comercio e industria); desarrolla una gran diversidad de oficios y profesiones liberales, como la de empleado de banca o de compañías de seguros, en puestos de la administración pública, como ama de casa, etc.

Las desigualdades salariales (en el mismo trabajo, naturalmente) están presentes en todas partes, incluso en países que han firmado las convenciones de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) que prohibien este hecho. Entre todos los países sobre los que tenemos datos, Chipre, Japón, Corea del Sur, y en menor grado los europeos, presentan las mayores desigualdades salariales, con un porcentaje diferencial del 50%. En los países desarrollados y, más concretamente, en el sector industrial, el salario medio de las mujeres equivale a las tres cuartas partes del de los hombres, en parte debido a la menor cualificación, y también al reparto desigual entre los cargos y las ramas económicas. Así pues, la división del trabajo por género sigue siendo una de las principales causas de las desigualdades salariales y de nivel. Estas desigualdades se ven agravadas por el hecho de valorar más el trabajo masculino que el trabajo de las mujeres y que las "cualidades" femeninas. Una investigación realizada por el economista M.T. Chicha sobre legislación en materia de igualdad salarial del Canadá y sus aplicaciones prácticas, muestra que "en un municipio, una enfermera de salud pública percibía menos remuneración que un jardinero; en otros casos, la bibliotecaria municipal cobraba menos que los encargados del mantenimiento del césped y los guardas de aparcamientos públicos ganaban más que las empleadas de una guardería" (M.T. Chicha 1997, p. 14).

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Igualmente, las desigualdades frente al desempleo y al empleo de tiempo parcial han ido evolucionando a favor de los cambios económicos y de la fexibilidad creciente del trabajo.

El desempleo afecta diferencialmente a los hombres y a las mujeres, en función de la edad, de la cualificación y de su situación familiar. El grupo más afectado es el de las jóvenes con pocos estudios. [Cabe observar que las cifras del desempleo son difíciles de manejar: a menudo, no se discriminan por sexo; los criterios para la definición de "desempleado" difieren de un país a otro y a veces, en un mismo país, hay varias definiciones en vigor.]
En dos tercios de los países ricos y en el 75% de los países en vías de desarrollo, el desempleo femenino es más importante que el masculino. La siguiente declaración nos parece muy pertinente: "En cuanto a diferencias de género, la probabilidad de salir del desempleo y encontrar un empleo de tiempo completo es mayor para los hombres que para las mujeres y ocurre lo contrario cuando se trata de encontrar un empleo de tiempo parcial. También hay que decir que las mujeres desempleadas tienen más oportunidades de abandonar el trabajo y mantenerse fuera del mercado laboral que los hombres" (OCDE 1995, p. 34).

Esto es debido, en parte, a que las condiciones de acceso a un nuevo empleo no son iguales para los hombres que para las mujeres. Sabemos que la pérdida del empleo para una mujer francesa significa la pérdida del derecho a media pensión para los hijos escolarizados, o bien del servicio de guardería, para los más pequeños. ¿Pero cómo buscar en estas condiciones otro empleo? Esto no suele suceder cuando los hombres, o los maridos, pierden su trabajo. Está claro que hay una desigualdad entre hombres y mujeres en términos de acceso al mundo laboral y a su permanencia como desempleados.

El empleo de tiempo parcial ha experimentado hoy en día un desarrollo espectacular en un gran número de países, entre los cuales figuran Canadá y Japón y los países europeos exceptuando Portugal e Italia. El Estado ha tenido un papel muy importante en este desarrollo, con la concesión de diversos subsidios y la excención de impuestos para ayudar a las empresas a lograr, como mínimo, tres objetivos: flexibilidad, abaratamiento de los costos y reducción del desempleo. Si hay países como Suecia u Holanda, con una reversibilidad (capacidad de volver a tener un trabajo de tiempo completo) y un empeño por alcanzar igualdad salarial, también los hay como Japón o Francia, en los que una gran cantidad de empleos de tiempo parcial – sobre todo en la rama comercial – han sido "impuestos", "involuntarios" u "obligatorios". [Se trata de una situación de sub-empleo y comprende tres grupos: 1) individuos que trabajan normalmente la jornada entera, pero en el momento lo hacen en tiempo parcial debido a la coyuntura económica; 2) individuos que trabajan normalmente a jornada parcial, pero en la actualidad trabajan todavía menos horas, debido a la coyuntura económica y 3) los que trabajan a tiempo parcial porque no han llegado a encontrar un trabajo a tiempo completo. (OCDE 1995, p. 65). En Francia, en 1996, el 53% de los hombres tenían un empleo a tiempo parcial obligado y en el caso de las mujeres, ésta cifra alcanzaba el 40%, cf. INSEE 1996. ]
La imagen positiva de un empleo de tiempo parcial que sea elegido, reversible, bien remunerado y con la misma protección social que un empleo de tiempo completo, parece más bien un espejismo, si se tiene en cuenta la situación de Francia.

La evolución del trabajo de tiempo parcial en los países del Norte puede compararse con el auge del trabajo informal en los países del Sur, en el que las mujeres tienen una gran representación. En ambos casos se habla de trabajos precarios, mal pagados, con, prácticamente, ninguna posibilidad de promoción o de carrera y con derechos sociales recortados o inexistentes. Un mejor conocimiento de las actividades femeninas en trabajos informales, permitiría ver los vínculos y aspectos complementarios que hay entre el trabajo asalariado formal, el informal y el doméstico no remunerado, aclarando mucho más la inserción de las mujeres en la esfera económica.

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3. Transformaciones del mercado laboral y perspectivas de acciones alternativas

En la actualidad asistimos a la constitución de un mercado laboral flexible en el que las mujeres ocupan una posición estratégica por su incorporación, tanto en el mundo salarial, como en el trabajo informal. Por parte de los hombres

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y de las mujeres, parece estar formándose un segmento mayoritario en condiciones precarias y uno minoritario en condiciones estables. No obstante, en la lucha contra el desempleo masivo, los países europeos recurren fundamentalmente al "reparto del trabajo" con empleos de tiempo parcial para las mujeres – las únicas personas a quienes se les atribuye la solución de la crisis del empleo –. En 1997, la proporción de puestos de tiempo parcial en el conjunto del empleo femenino en Europa – excepto en Italia y España, donde ésta sólo alcanzan el 13% y el 17% respectivamente –, es bastante considerable: en Francia es un 29%, en Alemania, un 34%, en Bélgica, un 31%, en Holanda, un 69%, en el Reino Unido, un 45%, en Suecia, un 42% y en Dinamarca, un 35% (datos de Eurostat 1997, en Alternatives Economiques, diciembre de 1997).

Ahora bien, creemos que es importante considerar no sólamente las múltiples modalidades de trabajo asalariado – regulado por convenios, subcontratado, temporal, etc. sino también el trabajo no asalariado, informal, a domicilio, etc., ya que las empresas recurren, cada vez más, a todas estas formas de actividades productivas. El hecho de relacionar las modalidades de trabajo profesional con el trabajo doméstico y la educación de los niños debería permitir ver los puntos de convergencia y las posibles articulaciones entre las muy heterogéneas situaciones de las mujeres en las diferentes partes del mundo.

Parece estar surgiendo una "nueva figura salarial femenina" típica de esta época de crisis (H. Hirata 1997) que empieza a caracterizar las futuras tendencias del mercado laboral. Frente a esta coyuntura de reestructuración de la producción, en la que se están desarrollando a grandes velocidades los procesos de precarización del trabajo y las relaciones de subcontratación, hay que pensar en acciones alternativas que permitan contrarrestar la vulnerabilidad creciente de los empleos femeninos en un momento de desempleo masivo.

Para empezar, consideramos que es imprescindible conocer previamente, como condición indispensable para que cualquier estructuración tenga éxito, la diversidad de las relaciones sociales de los géneros, las cuales difieren de un país a otro, ya que, a nuestro modo de ver, esto es vital para la estructuración, por ejemplo, de políticas sindicales, continentales o europeas. También nos parece muy importante saber los motivos de esas diferencias nacionales de las relaciones de género, asociadas con ideologías, con la existencia o no de instituciones, con servicios de guarderías de niños, etc.

En segundo lugar, la ampliación de las relaciones de subcontratación en las actividades productivas, insta a acciones comunes solidarias entre trabajadores de empresas clientes y trabajadores subcontratantes. En Francia hay experiencias de reivindicaciones unitarias hechas por trabajadores de empresas subcontratantes y empresas clientes, por ejemplo, sobre el derecho a recibir formación profesional.

Por último (todavía con respecto a las perspectivas de acciones alternativas), creemos que no existe el determinismo y que las actuales relaciones actuales de fuerza serán esenciales para los temas – favorables o desfavorables – del empleo y del trabajo de las mujeres. Tratándose de relaciones sociales, no hay nada irreversible. Al contrario del Japón, donde el trabajo de tiempo parcial impuesto se ha desarrollado sin ninguna oposición de movimientos sociales [El trabajo de tiempo de parcial de las mujeres japonesas está muy mal pagado (la remuneración por hora es inferior a la de una nodriza, que está alrededor de los 5 ó 6 dólares) y no da derecho a beneficarse del sistema de bonos (parte variable del salario que puede llegar a multiplicar por 6 el salario mensual, dos veces al año), a tener vacaciones, pro tección social, jubilación o a sindicalizarse, etc.) ], en Francia, el movimiento femenino, integrado por mujeres de 150 asociaciones, sindicatos, partidos y grupos feministas, demostró el pasado 15 de noviembre de este año, durante una manifestación mixta por el empleo y por la reducción masiva del tiempo laboral, que las acciones relativas a la precarización e inestabilidad son, hoy en día, necesarias para garantizar el lugar de las mujeres en el trabajo y en la sociedad.

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