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Dr. Gisela Notz
"Género en el Trabajo Sindical" Globalización o la Feminización del Trabajo


El término Globalización es un invento de las escuelas de administración americanas. Sugiere que tan sólo sobreviven las empresas que se adecúan a tiempo y sin contemplaciones a una nueva y global competencia en tanto mercados y ubicación regional (véase Krätke 1997). Parece ser que sólo aquel que ingrese en el juego global y expanda su actividad empresarial al mundo entero, en lugar de limitarse a conservar las propiedades nacionales, tiene chance de sobrevivir.

La globalización es una nueva definición para una vieja forma de política económica mundial. Los nuevos y evolucionados sistemas de computarización facilitan hoy en día notablemente la superación de distancias. Cerca del 60% del comercio mundial es dominado y planificado de forma centralizada por los ‘nuevos señoríos colonialistas’ (Goldsmith 1996, en Monde Diplomatique). Este proceso de la internacionalización de la economía de mercado es el que se denomina ‘Globalización de la utilización del Capital’.

‘Los mercados internacionales nos obligan …’ es una frase que desde hace años escuchamos repetidamente. Ahora se le añade: ‘la competitividad de Alemania debe ser conservada’. La influencia social de las organizaciones sindicales disminuye, la competencia entre trabajadoras, entre trabajadoras y trabajadores, entre viejos y jóvenes, entre nacionales e inmigrantes, entre ‘dueños’ de un puesto de trabajo y desempleados, aumenta desmesuradamente.

A diario nos llegan noticias alarmantes. Las informaciones sobre despidos, traslados de empresas, cierres totales o parciales de plantas, recortes de prestaciones sociales, creciente endeudamiento del Estado, creciente número de desempleados, limitaciones en la capacidad de competencia a nivel internacional, bajas en las exportaciones, destrucción de la naturaleza, desvalorización de las posibilidades de qualificación, carreras destruidas que jamás podrán ser rehechas y seres con heridas que no lograrán ser curadas. Frecuentemente basta tan sólo con la amenaza de transladar empresas enteras o parte de ellas para romper la oposición y resistencia de los trabajadores contra la deregulación y la flexibilización. Las mujeres se ven especialmente afectadas por la globalización. De cualquier manera, ellas se hallan en todo el mundo aún en vías de conquistar el acceso al trabajo remunerado y deben liberarse de ataduras y dependencias que los hombres nunca han conocido. La globalización y la actividad remunerada de las mujeres, presentan a las organizaciones sindicales nuevas exigencias ante las que no se hallan suficientemente preparadas.

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Una observación necesaria

El tema central es el aspecto de género en la globalización y el consiguiente reto para la política laboral de las organizaciones sindicales. En el proceso de globalización, empero, no hay ni LAS mujeres, ni LOS hombres. Tanto mujeres como hombres no sólo son víctimas, sino sujetos activos. En el proceso de la globalización de la economía mundial existen mujeres que sacan provecho y aquellas que resultan perdedoras o incluso, víctimas. Existen grupos de mujeres que recogen escombros en medio de la destrucción, y también mujeres activas que oponen resistencia.

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Si bien la globalización afecta de manera diferente a mujeres y a hombres, ellas no se ven afectadas como grupo, sino individualmente. En los países industrializados observamos más población femenina que masculina entre los empleados marginados mientras hay más hombres que ocupan puestos estables. Los excluidos totalmente del empleo remunerado, son en su mayoría mujeres. El hecho de que la pobreza aumente a nivel mundial nos demuestra que existe una relación entre hambre, por una parte, y producción del mercado mundial, por la otra. Y el hecho de que las mujeres conformen la mayoría de aquellos que sufren hambre (el 70% de la población mundial en situación de probreza extrema es de mujeres) nos demuestra que ellas se ven afectadas especialmente. Desde principios de los años 80 la feminización de la pobreza es un concepto institucionalizado.

El análisis de las repercusiones de la globalización de la sociedad civil mundial en el aspecto de género es, por lo tanto, tan importante como sus consecuencias económicas, ecológicas y políticas. En esta ponencia me ocuparé en primer lugar, de las consecuencias de la globalización para las mujeres trabajadoras, en cuanto sea posible, ya que el tema no ha sido suficientemente investigado; en segunda instancia, trataré la feminización del trabajo y la feminización de la responsabilidad; y finalmente, presentaré posibles perspectivas para el trabajo sindical.

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La nueva división internacional del
trabajo


Grandes firmas nacionales forman cada vez mayores redes internacionales. En los años 70 se incrementó la ya existente táctica de subcontratación de diversos pasos de la producción hacia pequeñas y medianas empresas nacionales y extranjeras (el llamado outsourcing). Se forzó la división internacional del trabajo, encargando partes de la producción, p.e., las industrias del vestido y productos electrónicos de los países industrializados del norte a países de Europa del sur, de África del norte, del este Asiático y de América Latina. Con ello se lograron reducir los costos salariales primarios y secundarios en los países altamente industrializados. Eso costó puestos de trabajo a las mujeres, ya que la producción que requiere más mano de obra, es realizada en sumayoriá por mujeres.

En los países con bajos costos salariales, las mujeres como bien lo indica el término, trabajan a bajos costos; el empresario no asume costos adicionales al salario y no precisa pagar impuestos. Aquellas mujeres parecen siempre dispuestas a trabajar, a pesar de los bajos salarios, ya que muy pocas están organizadas sindicalmente. Ello debilita, como sabemos, la fuerza de oposición y resistencia de las organizaciones sindicales, incluso aquí en la República Federal de Alemania (RFA). Los países de desarrollo intermedio (New Industrialized Countries, NIC) del Sudeste Asiático, deben sus altos índices de desarrrollo, considerados como un milagro económico, a las millones de mujeres que fueron absorvidas y luego expulsadas por las fábricas del mercado mundial en sus procedimientos de rotación global. Ante todo, eran mujeres jóvenes que fueron empleadas con salarios dumping para ser despedidas después de un par de años, al casarse o al fundar una familia. Tan sólo en el Sudeste Asiático, la actividad remunerada de las mujeres se incrementó desde 1970, del 25% al 44%; en Bangladesh, en casi 20 años, se registraron 700.000 nuevos puestos de trabajo (Wichterich 1997a).

La presión de las empresas transnacionales por procurar mano de obra más barata y márgenes de ganancia más amplios, ha llevado en las últimas décadas hacia una movilidad empresarial sin precedentes. Desde cuando empezaron a subir los salarios (también para las mujeres) en los nuevos países industrializados del Sudeste Asiático, los empresarios europeos y norteamericanos trasladan su producción a competidores aún más baratos. Por ejemplo, los fabricantes de ropa en Hongkong, encargan sus pedidos a subempresas de Vietnam y China. Las condiciones de trabajo en las plantas de producción y servicios, que surgieron de forma acelerada, son pesadas y discriminatorias y en ellas se hace sumamente difícil la formalización de resistencias, ya que la organización sindical es casi inexistente.

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La nueva fase de división globalizada del trabajo se distingue no sólamente por la creciente velocidad de los traslados de la producción sino también por la mayor fragmentación geográfica de los diversos procesos de producción, los consorcios transnacionales ya no limitan sus actividades al sector de la industria, sino que las amplían al sector de los servicios. Incluso, cadenas hoteleras, bancos y aseguradoras operan de forma transnacional. Junto a la liberalización de los mercados financieros, las nuevas tecnologías de información y comunicación abren las puertas a nuevas ramas. Hay consorcios que ofrecen actualmente en todo el mundo servicios de publicidad, estudios de mercado, asesoría legal y administrativa, contabilidad, procesamiento electrónico de datos, entre otros. Las mujeres están on-line en oficinas satélite, o en su domicilio con una computadora, no requieren abandonar su lugar de residencia y pueden ganar algo extra por hora. Con ello se ahorra la construcción de líneas adicionales de transporte público, de infraestructura pedagógica para la atención y educación de los niños y de instituciones de atención y cuidado de ancianos o personas que no se valen por sí mismas.

Al otro extremo de esta ‘cadena de producción global’, entre 1970 y 1995 se redujo el 70% de los 900.000 puestos anteriormente existentes en las industrias textil y del vestido de la RFA, los cuales, en su mayoría, eran puestos de trabajo para mujeres. El desmonte en la ex República Democrática Alemana (RDA), fue mucho más radical: de los 320.000 puestos de trabajo en la rama textil, sólo quedaron 26.500 (ebda). Por su parte, la industria textil y del vestido en Sajonia se vio mucho más afectada, teniendo en cuenta que allí se llevó a cabo, hace 93 años, la ‘lucha laboral más significativa de Sajonia’, la huelga de las trabajadoras textiles de Crimmitschau en pro de las 10 horas diarias, de mejores salarios y de mejores condiciones de trabajo (véase Notz 1994). La industria textil sajona se halla hoy en día en un desmonte casi total lo cual significa la supresión de puestos de trabajo, en especial para mujeres, quienes no disponen de alternativas de trabajo en la región.

La ausencia de resistencia en forma de huelgas y el reducido apoyo de las organizaciones sindicales, todavía dominadas por hombres, hace más atractivo para las mujeres el "puesto de trabajo familiar", como en el pasado en lugar de luchar por la estabilidad de sus puestos de trabajo. Sin embargo, cuando los puestos de trabajo de los hombres se vieron amenazados por el cierre de las empresas, ellos sí contaron con la solidaridad de las mujeres (p.e. Bischoferode, cadenas de trabajadores mineros).

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Feminización del trabajo

En la década pasada, el desarrollo en el mercado laboral global se caracterizó por dos tendencias:

1. En todo el mundo hay cada vez más mujeres que pugnan por ingresar al mercado de trabajo remunerado y que ya no se resignan a regresar a las labores del hogar (ni siquiera en países donde se cuenta con un horno de microondas programable). El 41% de los empleos en países industrializados son ocupados por mujeres; a nivel mundial el porcentaje es del 34% (Wichterich 1997). Esta tendencia es creciente. No obstante, en Europa Central y del Este, y en Africa, al sur del Sahara, las mujeres están desapareciendo del mercado de trabajo remunerado.

2. Las relaciones laborales – especialmente para las mujeres – se hacen más flexibles y precarias. Las mujeres resultan entonces tan sólo ganadoras aparentes en el mercado laboral global. Observando las relaciones laborales existentes, un puesto de trabajo estable y que asegure la existencia de por vida resulta ser una excepción. La norma son carreras ‘patchwork’ con interrupciones, ya sea por cuidado y educación de los niños o por desempleo; con separaciones del mundo laboral y reingreso medianamente estable; con empleos eventuales e incluso, trabajos sin salario o ad honorem.

Las Naciones Unidas han hecho mención expresa de estas dos tendencias en la 4a. Conferencia Mundial de Mujeres, llamándolas ‘feminización del empleo’ (ebda). Las estructuras

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laborales flexibles se consideran mundialmente como ‘modelos femeninos de empleo’ y trascienden notoriamente el mundo laboral masculino; las mujeres son tan sólo las pioneras en esta nueva organización del trabajo.

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¿Podemos hablar todavía de EL mercado de trabajo?

El mercado laboral global se ha especializado mucho en las últimas décadas. Esto lo sentimos también en la RFA. Ya no es posible hablar de EL mercado de trabajo. En vista del desmejoramiento de las relaciones laborales, el mercado laboral tradicional se hace cada día más reducido, con relaciones laborales con (relativa) estabilidad salarial, es reemplazado por un mercado laboral con salarios bajos; éste a su vez, por un tercer mercado con puestos de trabajo subvencionados por el Estado; y este último, por un mercado de trabajo obligatorio para beneficiarios de ayuda social o desempleo a largo plazo (véase Möller 1995, p.p. 13 y sig.). Si contemplamos el mundo del trabajo de las mujeres, es necesario añadir un quinto mercado de trabajo: el del trabajo ilegal, en el cual hallamos sobre todo a mujeres migrantes. Existe un sexto mercado en el cual hay vacantes: a nivel mundial tenemos posibilidades de trabajo aparentemente no remunerado, ad honorem, en las ramas sociales y de salud; y un mercado en el cuidado y atención de la familia. Estos dos últimos no se consideran como ‘mercados’. No obstante, para el sexto existen agencias de empleos establecidas en todas las ciudades grandes, y el último cuenta con ‘agencias matrimoniales’ (véase Notz 1996). Según la voluntad de la moderna política económica, todos estos mercados de trabajo deben mantener una clara distancia entre sí y de las ayudas sociales del Estado, las cuales se han reducido a nivel mundial. El acceso al primer mercado de trabajo es sumamente dificultoso para las mujeres si no cuentan con la estrategia de las cuotas, pero es casi exclusivamente con ellas como se logra asegurar una existencia. Hay tres tendencias que acentúan el desmejoramiento, especialmente para el trabajo de las mujeres, que son: la división internacional del trabajo, los nuevos conceptos de administración y los continuos impulsos a la tecnificación.

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¿Cura de adelgazamiento o anorexia?

Por medio de las llamadas ‘lean-production’ y ‘lean-administration’ las empresas, las autoridades y otras organizaciones, intentan reducir su planta de personal hasta donde sea posible. En su afán de minimizar los costos, transfieren diversas actividades, como ‘trabajos a pedido’, al sector informal y a países con bajos costos salariales. El ‘adelgazamiento’ se convierte en un ideal para cualquier empresario. La fabricación de productos últiles o una organización humanitaria del trabajo, ceden ante la aparente meta empresarial del ‘ahorro’. Si la ‘lean-production’ en su origen puede significar el mantener lo más reducido posible el aparato empresarial, p.e. inculcando motivación a los empleados, logrando avances con creatividad, innovación y efectividad, actualmente lo que se tiene en cambio es, que muchos trabajadores y trabajadoras son explotados y cumplen sus tareas con sumo esfuerzo; en las nóminas estables se da preferencia a los hombres; las mujeres trabajan marginadas y en precarias condiciones laborales, tienen ocupación mínima, en puestos de tiempo parcial que no les aseguran la existencia, generalmente en los llamados ‘bad jobs’ (empleos malos), en el sector informal o como ‘nuevas independientes’. Especialmente las mujeres sin capacitación desaparecen mucho antes que los hombres de la rama de producción de bienes, mientras que los hombres acaparan puestos que antes eran del dominio femeninos en el sector servicios (comercio, banca). En cuanto a nóminas estables de trabajo tampoco se observa un cuadro color de rosa: hay creciente distanciamiento del mundo del trabajo por la alta tecnología, aumento de la intensidad y exigencias del trabajo, intrigas, abusos, recargo desmedido, estrés, intimidación sutil. Experimentamos la falta de solidaridad por la implacable competencia.

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Consecuencias de la globalización para las trabajadoras

Los consorcios transnacionales manifiestan haber creado, por medio de estrategias de exportación, aproximadamente 120 millones de nuevos puestos de trabajo para mujeres, ya sea directamente en empresas nacionales o indirectamente en subempresas (Wichterich 1997). Visto de esta manera, las mujeres serían las más beneficiadas en el marco de la globalización; sin embargo, si nos fijamos en la calidad de los puestos de trabajo, ellas, en el mejor de los casos, sólo representadas cuantitativamente.

El trabajo de las mujeres con baja remuneración se califica como un ‘trampolín al mercado mundial’. Orientarse hacia la exportación significa en el sur y en el este, trabajo de mujeres. Esto es válido para la industria ligera, para el sector de servicios, para la agricultura, la silvicultura y la pesca: el 80% del trabajo agrícola y de otras áreas de subsistencia y autoabastecimiento, es realizado en Africa sólo por mujeres; mientras que los hombres trabajan de preferencia en las ramas de exportación y mercadeo (Mies 1996, p. 6). En Asia y en América Latina, el porcentaje de mujeres que trabaja directamente en la elaboración de productos alimenticios es sumamente alto (véase Lanje 1995).

Lo que hace al trabajo de las mujeres tan popular y apreciado no es sólamente los salarios bajos y las ‘manos ágiles’, ni el nivel nulo de organización sindical. Es todo el conjunto y mucho más. También es el hecho de que para la mayoría de mujeres se deben preveer interrupciones por períodos de nacimiento, cuidado y educación de los hijos, por atención o cuidado de padres, suegros y otras personas. Esta flexibilidad corresponde al propósito del mundo empresarial de estabilizar el pequeño mundo familiar que participa en el medio laboral.

Por su parte, la concepción del ama de casa a tiempo parcial, denominada ‘salario adicional’ trata de justificar la reducción de las inversiones en capacitación a costa de las mujeres, así como con los bajos salarios, con las inseguras condiciones de trabajo y con la continua negativa de los hombres a asumir labores domésticas. Además, las mujeres incluidas en este grupo de co-ingreso familiar, pueden despedirse sin mayores consecuencias cuando se presenta una fase comercialmente negativa; no así los hombres, quienes, se supone, tienen la responsabilidad de mantener a su familia. Los inmensos perjuicios que surgen para las mujeres que producen un ‘ingreso familiar adicional’, afecta igualmente a mujeres con hijos (antes y después del embarazo) que a las que no han sido ni planean ser madres.

En el contexto de la Conferencia Mundial de Mujeres de Pekin en 1995, se discutió vehementemente la ambivalencia de la inclusión de las mujeres en segmentos menos valorados del mercado de trabajo remunerado. Por una parte, no se puede negar el incremento cuantitativo en la actividad laboral que supone cierta independencia económica para las mujeres, pero, por otra parte, ello cuesta un precio. La liberalización mundial del comercio se lleva a cabo a costa de fuentes de ingresos y de recursos abiertas por mujeres: muchos productos artesanales y de las industrias nativas ya no son competitivos frente a importanciones baratas; diversas culturas artesanales y manufactureras locales se dan tristemente por perdidas. Los productos que son exportados en grandes cantidades (p.e. algodón e hilo de la India) se hacen cada vez más escasos y se encarecen por las alzas en los costos de producción para las mujeres empleadas en las manufacturas. Por otra parte, los llamados ‘países en vías de desarrollo’ son inundados con productos importados sumamente baratos (desde vestimenta de segunda mano hasta productos agrícolas), de modo que la promoción del empleo estable, en parte con apoyo de la cooperación internacional al desarrollo, así como el comercio de productos nativos, se ven notoriamente obstaculizados. De cualquier forma, las condiciones de trabajo y los ingresos en la industria de exportación son mejores que las alternativas de empleo de muchas mujeres: ser empleadas domésticas, ubicarse en el sector informal o en un pequeño comercio independiente, o tal vez, ser prostitutas. Expertas en desarrollo afirman que las mujeres están en con-

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diciones de conquistar nuevos espacios sociales, más allá del círculo familiar y más allá del control patriarcal, así como de establecer nuevos conceptos de solidaridad y una nueva cultura del trabajo (Wichterich 1997). Sin duda, el trabajo remunerado y las condiciones precapitalistas y patriarcales no constituyen, ni en los países del sur, ni en otras regiones, un buen vehículo hacia una mayor igualdad de derechos y una mayor independencia económica. En la mayoría de países exportadores, las diferencias entre salarios para hombres y mujeres se han incrementado. Incluso en Europa, los salarios de las mujeres son, en promedio, 30% menores que los de los hombres (Comisión de la CE 1992), a pesar de tener horarios de trabajo y posiciones profesionales exactamente iguales y en los mismos sectores de ocupación (véase Damm-Rüger 1991). También es manifiesta la tendencia de que, en caso de racionalización o tecnificación en ramas de producción con trabajo intensivo, los hombres acaparan los puestos antes ocupados por mujeres. En Europa, las segmentaciones específicas por sexo aumentan en la misma medida que lo hacen en Africa o en la India: los hombres operan máquinas de coser, las mujeres hacen la costura, los hombres hacen la programación, las mujeres procesan los datos. Los puestos que en primer lugar caen bajo el recorte por automatización, son los ocupados por mujeres. Lo mismo ocurrirá con la violenta e inminente ola de racionalización que afectará al sector servicios.

Las expertas en desarrollo temen que el progreso cuantitativo de las mujeres en el escenario del empleo se pierda nuevamente a causa de la transición hacia una producción con exigente inversión de capitales (Wichterich 1997). La conclusión a la que se llegó en la Conferencia Mundial de Mujeres en Pekin en el caso de las naciones industrializadas, no es muy alentadora: las mujeres siguen siendo el ‘rezago de la economía’. Auncuando ellas obtengan las mejores calificaciones escolares, certificados de altos estudios o alcancen una mejor cualificación profesional, permanecen en su mayoría en los niveles más bajos.

Por su parte, las alianzas masculinas son tenaces: existen ‘confabulaciones encubiertas’ (Buchinger y Pircher 1994) y procesos de exclusión ‘secretos’ (Notz 1995) que hacen que las mujeres se queden en determinadas posiciones que las alejan definitivamente de puestos de influencia y prestigio.

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Reafirmación de la división del trabajo por sexos

Las altas cifras de personas empleadas no han debilitado la división del trabajo entre hombres y mujeres. En su mayoría, las mujeres trabajan en actividades de apoyo, vale decir, como personal de oficina y administración, en servicios, en sectores de la industria con índices salariales bajos, a en profesiones relacionadas con aspectos sociales, de salud y de educación en el sector público. En Estados Unidos más de dos tercios de las empleadas se desempeñan en el sector servicios; en Alemania, son aproximadamente el 80%, y de estas, el 82% trabajan en pequeñas y medianas empresas (Möller 1996, p. 41).

No sólo en Europa vemos al trabajo de tiempo parcial en el primer lugar de la lista de opciones de políticas de empleo. Entre 1983 y 1987, un 70% de todos los nuevos empleos creados en Europa eran de tiempo parcial (Wichterich 1997). Tan sólo en Alemania, se crearon 1.5 millones de puestos de tiempo parcial entre 1982 y 1994. En 1994, el 36% de las trabajadoras y el 4% de los hombres ocupaban puestos de tiempo parcial (Rudolph 1995, p. 24).

Se argumenta que promocionar empleo de a tiempo parcial posibilita mayor oferta de trabajo y que, por lo tanto, resulta de provecho para gran número de desempleados. Esto es un engaño, pues el actual incremento de estos puestos disminuyó los empleos de tiempo completo. Para las mujeres que ocupan dichos puestos en Estados Unidos (hasta dos tercios del total de las trabajadoras; en Alemania hasta un 90%), ello significa frecuentemente, la pérdida de su posibilidad de subsistencia.

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Las mujeres que trabajan bajo relaciones laborales inseguras, ciertamente extrañan la independencia y la seguridad (Möller 1988). Esas son condiciones laborales que resultan típicas para personal marginado. Son puestos para los que se observa, por lo menos, una diferencia importante con las relaciones laborales normales, ya sea el plazo del contrato, el horario de trabajo, la estabilidad laboral o las prestaciones adicionales. En Gran Bretaña han reaparecido los jornaleros; ellos tienen la libertad de no acudir al trabajo cuando no ‘quieren’ y no están atados a contratos de trabajo.

En Alemania se ha incrementado el número de empleos con remuneración limitada (desde el 1.1.97 un máximo de DM 610, para los antiguos Länder y DM 520, para los nuevos Länder) y sin obligación de aportar a la seguridad social. En muchos casos en los que existen puestos de trabajo ‘típicos para mujeres’, estos se han convertido en ‘normales’, come ocurre con el 90% de los empleos en limpieza y el 90% de los trabajos a domicilio.

Las mujeres miembros de organizaciones sindicales en Alemania se han unido a asociaciones femeninas en un convenio a nivel federal, con la meta de alcanzar una reforma legal que posibilite que las trabajadoras que no aportan a la seguridad social, puedan acceder a la solidaridad social.

Ya que el mercado actual de trabajo no puede satisfacer a todos los que buscan un empleo remunerado (por lo menos no, mientras el trabajo no sea repartido de otra manera), los políticos recomiendan unánimemente el establecimiento de pequeños negocios individuales como un remedio contra el desempleo bajo el lema ‘ayúdate a tí mismo que la diosa te ayudará’. En Europa Central y del Este, y en el Este y Oeste de Alemania, las mujeres constituyen entre un 30% y un 40% de los nuevos ‘independientes’. En Estados Unidos alcanzan incluso a los tres cuartos. Es mínimo el número de las que logran independencia económica con dichas ‘microempresas’. El capital con que cuentan es escaso y el efecto en el empleo es reducido. En Alemania, más de la mitad de estas firmas están formadas sólo por su fundadora. La necesidad es la que lleva a emprender tales empresas y activa la creatividad, pero la mayoría de las mujeres, no tiene esperanzas de grandes ganancias. Casi una cuarta parte de ellas se resigna con un ingreso mensual neto de menos de DM 1.000 (Oficina Federal de Estadística Microcenso 1994). Aquellas mujeres del sur que no soportan la competencia y no logran colocar sus productos en el mercado, se ven frecuentemente arrojadas a actividades delictivas como prostitución, comercio con mercadería de contrabando, destilación ilegal de licores, etc. Las estadísticas del mercado de trabajo, que ubican hasta a la más pequeña comerciante dentro del término empresariá están satisfechas con la reducción de las cifras de desempleo y acreditan a estas mujeres su disposición al riesgo, su creatividad y su dinamismo emprendedor.

Se hace mucha publicidad para incrementar el número de mujeres que prestan servicios ad honorem en organizaciones de caridad, en iglesias, en asociaciones de mujeres y en otras para la atención y cuidado de personas minusválidas. En tiempos de deterioro social en los países industrializados, el trabajo honorífico es sobrevalorado ideológicamente y ofrecido a las mujeres como actividad sustituta (véase Notz 1989). El ‘voluntariado’ tendrá que asumir responsabilidad social y fomentar solidaridad en la familia, en la comunidad y en el conexto internacional (Gaskin et al. 1996).

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Las inmigrantes sirven de masa móvil en el mercado de trabajo

A la dinámica del mercado laboral global contribuyen fuertemente las corrientes multidimensionales de migración. Las mujeres conforman parte importante y creciente del éxodo de trabajadoras altamente calificadas a países en los que su trabajo es mejor pagado (Wichterich 1997). La participación de trabajadoras migrantes sin calificación, frecuentemente como personal doméstico, personal sanitario o en actividades de recreación, es también muy alta. Millones de mujeres migrantes entran en los cálculos fijos de la ‘masa móvil’.

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Como sabemos, el comercio de la mercancía ‘mano de obra’ es organizado por bandas y redes que no respetan fronteras ni leyes. Las trabajadoras migrantes, que no cuentan con documentación legal, se ven obligadas a vender su fuerza de trabajo en pésimas condiciones. Frecuentemente son víctimas de la violencia, de agresiones sexuales, y del racismo de las regiones en las que procuran colocar su fuerza de trabajo.

Así mismo, se presenta un grave aumento de los llamados "mensajeros", quienes trabajan en los países industrializados sin ninquna protección e incluso, bajo relaciones de dependencia personal.

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Las mujeres del Este son indiscutibles perdedoras

Las mujeres de antiguos sistemas socialistas y de economía planificada son las claras perdedoras por la globalización a la se enfrentan actualmente. Con una excelente preparación académica tenían aseguradas sus perspectivas de obtener un empleo de tiempo completo vitalicio. La transición a la economía de mercado, la cual hace largo tiempo que no podemos calificar de social, las expulsó del proceso de producción. Deberían considerarse afortunadas por poder finalmente dedicarse por completo a su familia y liberarse de la doble responsabilidad. En Europa Central y del Este, las mujeres conforman hoy en día en promedio, el 70% de los desocupados. Visto a largo plazo, los hombres se convierten en desempleados y las mujeres en amas de casa. Además, las mujeres del Este con buena instrucción académica, se ven desplazadas de las profesiones ‘masculinas’ y obligadas a concentrarse nuevamente en profesiones y oficios tipicamente ‘femeninos’.

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Feminización de la responsabilidad

Es aquí donde surge la globalización de la responsabilidad: se observa una dramática reducción de los puestos de trabajo vacantes, de las prestaciones sociales, supresión de subvenciones en muchos países, lo cual, dada la globalización de la economía mundial de mercado, agrava el ya marcado desequilibrio social global. Se adjudica a las mujeres la responsabilidad en el aspecto social. Para asegurar el sustento propio y el de sus hijos, muchas se ven obligadas a intensificar la producción de autoconsumo, vale decir, intensificar la economía de subsistencia. El trabajo no remunerado crece en dimensión. Sin embargo, la economía de subsistencia y la autoayuda son sólo posibles cuando se dispone de tierras, o por lo menos de maquinaria o equipos, los cuales son escasos. Al mismo tiempo, las mujeres necesitan cada vez más dinero para la satisfacción de sus necesidades básicas. No todo se puede satisfacer por medio del autoabastecimiento. Para alcanzar un mayor ingreso es necesaria la integración del mercado. La enorme recarga de trabajo es, como sabemos, raramente compensada con un mejor reparto de las labores domésticas (véase Notz 1991). Además, con frecuencia, la crisis económica quebranta las relaciones familiares tradicionales. En muchas regiones de América Latina, el Caribe y Africa, se incrementa el número de hogares que tienen a una mujer como cabeza de familia. A nivel mundial son cada vez más las mujeres quienes asumen la responsabilidad del sostenimiento de sus familias (véase Mies 1996, p. 6).

Son sobre todo las mujeres, quienes recogen los escombros y hacen reparaciones, retiran la chatarra y los desperdicios de la sociedad ‘productiva’ y se ocupan de recuperar zonas devastadas. Son también ellas, las que reclaman mayor influencia en las políticas y economías regionales y demuestran claramente su oposición al desbalance entre la economía de mercado y la economía social. Son las mujeres, las que hacen un decidido frente a la maximización de las ganancias, organizada con ayuda de economías regionales y de autoabastecimiento, mediante resistencia contra consorcios de productos alimenticios que utilizan tecnologías biogenéticas como elementos de producción. Así, p.e., mujeres de todo el mundo se pronunciarion en contra de la reglamentación Novel-Food con ocasión de la Conferencia Mundial de Alimentación llevada a cabo en noviembre de 1996 en Roma. En la Conferencia Mundial de la Mujer de Pekín se escuchó una clara oposición frente a las po-

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líticas de globalización por parte de muchas mujeres del hemisferio sur, entre ellas, muchas campesinas. Se habían percatado de que son ellas quienes llevan toda la carga de las formas de producción y de consumo, pues a pesar de fabricar artículos de lujo para el consumo en regiones ricas de países industrializados, ello sólo les significa trabajar más duramente para tratar de asegurar su sostenimiento (Mies 1996, p. 20). En opinión de organizaciones de cooperación para el desarrollo, las mujeres se han convertirdo desde hace algún tiempo en una verdadera esperanza por ser luchadoras incansables contra la pobreza, porque actúan con confianza, iniciativa y creatividad, y porque realizan una labor de limpieza social y organizan la supervivencia (véase Wichterich 1988).

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Consecuencias para el futuro de las políticas sindicales

No podemos contar con la creación de nuevos puestos de trabajo para un futuro cercano. Mucho menos para las mujeres. Por el contrario, debemos preveer una continua desestabilización de lo ya existente. Dada la progresiva ‘polarización social’ (Rifkin 1995) nos enfrentamos a las consecuencias del aislamiento social, la criminalización, el empobrecimiento, la degeneración y la barbarie. La polarización social es hoy en día contemplada, incluso por algunas sindicalistas, como una ley de la naturaleza, como si no pudiera hacerse nada en contra de ella.

Es tiempo de anular el convenio social global, que coloca a las economías globales sobre un pedestal de progreso a costa de la destrucción del medio ambiente y formado por el afán de ocupación remunerada de tiempo completo y la consecuente división sexista del trabajo. Es necesario redefinir el concepto de ocupación de tiempo completo. Para las organizaciones sindicales se hace imprescindible dirigir su atención hacia el trabajo como un todo. Ello también significaría para los ‘pequeños comerciantes independientes’, que frecuentemente no poseen medios de producción ni fuerza de trabajo ajena, incluir en sus estrategias a gente de ramas encubiertas o alternativas, del sector informal o de economías locales, así como a desempleados. Deberán dirigir dichas estrategias no sólo al establecimiento de puestos de trabajo, sino también hacia una producción más humana y democrática, con respeto a la utilidad de su producción. Se trata del factor trabajo como una necesidad social, razonable y oportuna y, en lo posible, independiente en todas las ramas de la actividad productiva.

En definitiva, se trata de la internacionalización y de la globalización de la oposición y la resistencia. Nos adherimos a la opinión de Christa Wichterich, quien escribe: ‘En el mercado global la solidaridad femenina internacional necesita nuevos caminos y nuevos instrumentos’ (1997b). Ella informa sobre trabajadoras textiles de Camboya y otros lugares y centra su atención en el hecho de que se presenten quejas contra las trabajadoras tan sólo cuando la producción puede ser transferida a otros países o fábricas donde la resistencia es mucho menor. En este contexto llega a la conclusión de que en el mercado global, la resistencia y las medidas de seguridad también deberán ser ‘globalizadas’. Se hace imprescindible formular estándares sociales mínimos, tal como son exigidos por la WTO (Organización Mundial de Comercio) en lo que se refiere a la libertad de organización o a la prohibición del trabajo forzado e infantil. Mas, no tendrán ni el más mínimo valor, si no se logra la inclusión de los intereses femeninos en las respectivas propuestas. Las mujeres exigen mejoras en los círculos regionales y redefinir el afán de organización globalizada. No obstante, mientras existan Estados y sistemas de economía capitalista, admiten la necesidad de una organización participativa en la organización del trabajo y exigen que se les reconozca la recompensa que merecen. La campaña en pro de vestimenta adecuada p.e., la cual fue también apoyada por las organizaciones sindicales, demuestra que, incluso las protestas de las consumidoras, pueden ser efectivas. Las organizaciones sindicales de los diferentes países, conjuntamente con la Organización Internacional del Trabajo y la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres, CIOSL, deberían procurar contar con informaciones p.e.,

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sobre segmentación del mercado de trabajo, segmentación de la división específica de tareas por sexos, etc. Los sindicatos deben además, desarrollar estrategias ofensivas y que tengan en cuenta tanto las ventajas como las desventajas de las diferentes relaciones laborales. Para ello es necesario evitar que surjan disputas entre las organizaciones sindicales tradicionales y las organizaciones alternativas de mujeres.

El trabajo sindical no puede limitarse a exigir respeto a la participación femenina en el mercado de trabajo. La política de género del futuro no debe actuar exclusivamente bajo el punto de vista de la participación cuantitativa de las mujeres. Se trata de lograr la oferta de puestos de trabajo útiles a la sociedad y que aseguren el sostenimiento, no de una actividad remunerada cualquiera. La globalización no es una ideología surgida del cerebro de algunos científicos en economía, como tampoco una catástrofe de la naturaleza. Ha sido creada por seres humanos sociales y son ellos mismos, en todo caso, los llamados a trazar los ‘límites de la globalización’ (Altvater y Mahnkopf 1996), en tanto ella contribuya a empeorar las condiciones de vida y de trabajo de las mayorías. Las condiciones de vida y de trabajo implican consideraciones en trabajo remunerado y no remunerado. Poner límites a la globalización, implica de hecho también, poner límites a la explotación de las mujeres.

Finalmente, también se trata de reducir radicalmente los horarios de trabajo y de distribuir con igualdad los ya escasos puestos remunerados, así como los puestos vacantes no remunerados existentes, en provecho de ambos sexos, de modo que para ambos sea posible asumir trabajos de cuidado e interés social. Necesitamos igualdad de derechos en la responsabilidad social, un reparto igualitario de la riqueza social, así como una transferencia social justa de la riqueza de una pocas regiones ricas hacia las regiones menos privilegiadas de nuestro mundo.

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